Para avanzar más allá, en busca de la «entrelínea», la voz femenina que nos habla deberá pedir auxilio a la música, y sobre todo a la pintura. Vaga epístola a un destinatario mudo, este libro supera en todo momento las fronteras de la amplia familia de las cartas de desamor. Más allá de la pasión, el texto apunta —con todas las armas: palabra, color y nota— al centro de la vida y desafía a la muerte con su defensa de la alegría.
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